Los presidentes van y vienen, pero la Casa Blanca se erige como un símbolo constante del poder y la tradición estadounidenses… ¿o no?
El mes pasado, las cuadrillas demolieron partes del emblemático edificio que había permanecido en pie durante más de 120 años, mientras se pone en marcha el plan de Donald Trump para construir un nuevo salón de baile.
Las dramáticas imágenes del Ala Este reducida a escombros fueron la señal más visible hasta ahora de cómo Trump busca rehacer la Casa Blanca a su propia imagen, casi un año después de ser reelegido presidente de Estados Unidos.
Entre quienes han manifestado su preocupación se encuentra el líder del National Trust for Historic Preservation, un grupo sin fines de lucro que protege sitios históricos de Estados Unidos, quien escribió una carta a funcionarios de la Casa Blanca solicitando que se suspendieran los trabajos de demolición hasta que los planes pasen por un proceso de revisión pública.
La doctora Carol Quillen dijo estar «profundamente preocupada» de que el nuevo edificio «abrume a la propia Casa Blanca y también pueda alterar permanentemente el diseño clásico cuidadosamente equilibrado de la Casa Blanca con sus dos alas este y oeste, más pequeñas y bajas».
Pero apenas un par de días después de que la doctora Quillen enviara su carta, el ala este desapareció.
Los objetos históricos que se encontraban en el edificio han sido “conservados y almacenados” por la Asociación Histórica de la Casa Blanca, una organización independiente que preserva la historia de la residencia presidencial.
El grupo afirmó que también llevó a cabo un «proyecto integral de escaneo digital y fotografía para crear un registro histórico» antes de la demolición.
Pero las imágenes que surgieron de la maquinaria pesada derribando el edificio, construido en 1902, provocaron que muchos estadounidenses reaccionaran con sorpresa, conmoción e incluso ira, especialmente porque el propio Trump había dicho que la obra no dañaría la estructura existente.