Aunque avanza, el cuerpo de Oleksandr Volobuev está ligeramente inclinado lejos de la cámara, como si se preparara para el aire mortal que todavía se arremolina con escombros y humo que caen.
Con el rostro concentrado, el mayor general del Servicio de Protección Civil de Ucrania se aferra con fuerza a un preciado bulto envuelto para su protección en su abrigo, y del cual sobresalen dos pequeños zapatos de color rosa.
Es una imagen impactante de un dramático rescate de una guardería en la ciudad oriental de Kharkiv, luego de un impacto directo y devastador de un dron ruso.
No es de sorprender que se haya vuelto viral, capturando la imaginación del público ucraniano y del mundo entero.
Con 48 niños atrapados en un refugio en el edificio en llamas, no fue el único acto de valentía ese día, ni mucho menos.
Pero pocas fotografías resumen mejor el creciente impacto de la invasión a gran escala de Rusia en la vida cotidiana, siendo los más vulnerables de Ucrania los que ahora soportan el peso, incluidos los niños.
«Recibimos la llamada de que había habido un ataque en la guardería», me contó Oleksandr Volobuev. «Y, claro, sabiendo que habría niños allí, salimos con cierta ansiedad».
No se imaginaba que al final de ese día, como resultado de haber llevado a esa niñita a un lugar seguro, se encontraría siendo aclamado como un héroe nacional.
En un instante captado por una cámara, el pueblo ucraniano no sólo vio la realidad de la nueva estrategia de Rusia –sus crecientes ataques a la infraestructura civil– sino también una cruda representación de su propia resiliencia y desafío.
Es imposible saber por qué la Academia Honey, ubicada en un robusto edificio de ladrillo de dos pisos en el distrito Kholodnohirsky de Kharkiv, fue atacada por un dron Shahed.
El zumbido bajo y amenazante de esas armas de diseño iraní, que llevan una carga letal de 50 kilos, resulta ahora demasiado familiar, no sólo para los soldados en la línea del frente, sino para los ucranianos en todas partes.