Los Estados Árabes del Golfo: Después del impacto

El ataque israelí contra Doha, la capital de Qatar, no fue una simple operación militar, sino un momento que hizo añicos la sensación de inmunidad que los estados del Golfo habían creído garantizada durante mucho tiempo bajo el paraguas de seguridad estadounidense. El impacto fue severo y profundo, reavivando los recuerdos de la incertidumbre que dominó las relaciones entre Estados Unidos y los países del Golfo entre 2015 y 2022. Esta vez, sin embargo, puso al descubierto la fragilidad de la arquitectura de seguridad del Golfo y sometió a la alianza estratégica con Washington a una seria prueba.

El abandono estadounidense no comenzó en Doha. Se fue gestando a lo largo de fases cruciales: desde el acuerdo nuclear alcanzado por la administración Obama con Teherán en 2015, haciendo caso omiso de las preocupaciones de los países árabes del Golfo, hasta la trayectoria de la guerra de Yemen entre 2015 y 2019, cuando los aliados se vieron obligados a afrontar una creciente presión internacional antes de que Washington detuviera a las fuerzas de la coalición a las puertas de Hodeida. A esto le siguió el ataque a Aramco en 2019, y posteriormente los ataques de los hutíes contra Abu Dabi en 2022, que pusieron de manifiesto no solo la vulnerabilidad del paraguas de defensa estadounidense, sino también la reticencia de Washington a proporcionar un apoyo político y militar acorde con la magnitud de la amenaza.

En este contexto, el ataque a Doha se interpretó como la culminación de un largo declive en la credibilidad de Estados Unidos. El ataque no se percibió únicamente como un atentado contra Qatar, sino como una advertencia existencial para la seguridad del Golfo en su conjunto. Más alarmante aún fue la sensación de que Washington se abstuvo de intervenir para detener la operación, a pesar de su presunta capacidad para hacerlo.

Así pues, el ataque se convirtió en una crisis de múltiples capas: una crisis de seguridad, al cruzar líneas rojas que representaban umbrales de disuasión dentro de los estados del Golfo; una crisis política, porque puso en duda los límites de la confianza en la alianza con Estados Unidos; y una crisis pública que socavó la narrativa de que la integración de Israel con la región (normalización) proporcionaría la supuesta cobertura de estabilidad y prosperidad.

En este contexto, el ataque a una capital del Golfo de esta manera se convirtió en un momento de profunda reevaluación, que obligó a los estados del Golfo a repensar los fundamentos de su seguridad y sus alianzas estratégicas ; el ataque demostró que la dependencia exclusiva de Washington ya no es suficiente, y que conviene a los países del Golfo reestructurar su seguridad sobre la base del equilibrio y la diversificación.

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