El debate sobre inmigración en Gran Bretaña ya no gira en torno a visados o pequeñas embarcaciones. Se ha convertido en un referéndum sobre quién pertenece al país y si el Estado aún puede conciliar la compasión con el control. ¿Qué le depara el futuro a Gran Bretaña?
La migración como crisis de identidad nacional
Durante gran parte de la última década, los debates británicos sobre inmigración se libraron en el ámbito tecnocrático: límites a los visados, tiempos de tramitación de asilo, interceptación de pequeñas embarcaciones. Ese ámbito ha quedado obsoleto. Ahora, la inmigración se vive ampliamente como una cuestión existencial sobre quién se considera británico, qué valores definen la vida pública y si el contrato social aún vincula a comunidades diversas en una entidad política común. Los datos corroboran esta relevancia: en agosto, el 48 % de los británicos señaló la inmigración como una de sus principales preocupaciones nacionales , el nivel más alto desde la época del referéndum del Brexit, y la inquietud no ha hecho más que intensificarse durante septiembre.
El giro identitario se hace visible en las calles. Banderas que antes ondeaban sobre las gradas de los estadios de fútbol ahora se utilizan como símbolos de pertenencia y resentimiento. En la manifestación de septiembre, miles portaban la cruz rojiblanca de Inglaterra, coreando «recuperemos nuestro país». Aquí, este simbolismo transforma la migración, pasando de ser un flujo que debe gestionarse a una amenaza que debe repelerse, y presenta a los demás residentes como antagonistas civilizatorios. Para una parte de la población, especialmente los votantes mayores y sin estudios universitarios de las zonas postindustriales, la cuestión de la inmigración se ha convertido en un vehículo para el resentimiento acumulado: la desindustrialización, el estancamiento salarial, la precariedad de la vivienda y la sobrecarga de los servicios públicos. La política de la identidad envuelve la economía del declive.
De problema administrativo a batalla existencial
¿Cómo se transformó un expediente burocrático titulado «Ministerio del Interior – Sistema de Asilo» en un referéndum sobre la identidad nacional británica? La respuesta reside en la lenta acumulación de promesas incumplidas. Durante más de una década, los sucesivos gobiernos se han comprometido a «recuperar el control». En cambio, todos se han topado con los mismos obstáculos insalvables: la ley, los tribunales, los tratados internacionales y la astucia de los traficantes. Las pequeñas embarcaciones en el Canal de la Mancha (30.164 cruces solo este año) se han convertido en algo más que una estadística. Son una metáfora; una imagen recurrente del fracaso del Estado que se repite cada noche en las pantallas de televisión.
Cada nueva iniciativa fracasa del mismo modo. El procesamiento extraterritorial se bloquea, la disuasión resulta esquiva, la capacidad de detención colapsa por su propio peso e incluso los acuerdos bilaterales con Francia no resisten el escrutinio de los tribunales europeos. Con cada punto muerto, la sensación de impotencia se agudiza. Y la impotencia se radicaliza. Si la administración ordinaria no puede asegurar las fronteras, entonces, lógicamente, debe hacerse algo más: una movilización extraordinaria, una nueva política de emergencia. Así, un sistema de asilo obstruido se transforma en un discurso de invasión, de reemplazo y de lucha existencial.
Medios de comunicación y plataformas que amplifican la narrativa de la “invasión”
La escalada retórica se debe en gran medida al entorno mediático y de las plataformas digitales. Por ejemplo, la investigación del Instituto para el Diálogo Estratégico registra un aumento drástico del contenido antimigrante en X: las publicaciones antimigrantes aumentaron en más del 90 % entre 2023 y 2024, y a mediados de 2025, el volumen casi igualaba el total del año anterior. El discurso es cada vez más transnacional, con cuentas estadounidenses y europeas que alimentan las redes británicas. Conceptos como «remigración», un eufemismo para la deportación masiva, y «gran reemplazo» se han normalizado mediante la repetición, se han convertido en memes para lograr viralidad y han sido difundidos por personas influyentes y microdifusores, cuyos incentivos premian la indignación por encima de los matices. Fuera de internet, el mismo vocabulario ha migrado de canales marginales de Telegram a pancartas y tribunas de protesta.
