Gaza se ha convertido en el cementerio del periodismo. Matar periodistas es matar la verdad.

La historia solo será benévola con los testigos. En Gaza, recordará el nombre de Anas al-Sharif, un joven reportero de Al Jazeera asesinado el 10 de agosto de 2025. También recordará a los otros 222 periodistas palestinos asesinados en los últimos dos años por el ejército israelí, según el propio seguimiento de la Federación Internacional de Periodistas. Pero quienes optaron por eliminar a estos trabajadores de los medios de comunicación quedarán condenados para siempre.

Durante 24 largos meses, Gaza se ha convertido en el lugar más peligroso del mundo para ejercer nuestra profesión. Israel prohíbe la entrada de periodistas extranjeros al territorio, por lo que la verdad depende exclusivamente de los reporteros palestinos, casi todos ellos miembros del Sindicato de Periodistas Palestinos , afiliado a la FIP. Con demasiada frecuencia trabajan sin protección y sin refugio para sus familias. Y con demasiada frecuencia, son blanco directo de ataques.

Chaleco antibalas y casco de prensa
El saldo mortal de periodistas en la guerra de Gaza
Leer más
Nunca antes la profesión periodística había presenciado una masacre semejante en sus filas. La Federación Internacional de Periodistas, fundada en 1926 y que celebrará su centenario en París en mayo de 2026, no ha registrado un número de muertes comparable desde su formación, ni durante la Segunda Guerra Mundial, ni en Vietnam, Corea, Siria, Afganistán o Irak. Gaza se ha convertido en el peor cementerio para periodistas de la historia contemporánea.

Pero esto no es una serie de tragedias accidentales. Es una estrategia clara: matar a los testigos, cerrar Gaza, silenciar la narrativa. Impedir la entrada de la prensa internacional significa silenciar a los observadores extranjeros independientes de este conflicto. Y en un momento en que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, promete recolonizar Gaza, controlar la narrativa es tan crucial como controlar el propio territorio. Colonizar también significa borrar las ruinas, los muertos, los supervivientes y a quienes cuentan sus historias.

Desde la frontera norte hasta la ciudad de Gaza, cientos de miles de residentes se han visto obligados a huir hacia el sur. Pero incluso allí, el sur no es un refugio: no ofrece seguridad ni salida. Las familias están hacinadas, atrapadas entre las bombas y el mar, sin posibilidad de escapar de las atrocidades de esta guerra. Esta realidad de asedio total también afecta a los periodistas, condenados a trabajar encerrados en un enclave donde la supervivencia se vuelve cada día más improbable.

En este contexto, el reconocimiento del Estado de Palestina por un número creciente de países en la ONU es simbólico. Pero llega demasiado tarde. No protege a los vivos ni hace justicia a los muertos. La diplomacia se está poniendo al día con la historia, pero solo después de que se haya cometido lo irreparable.

Entonces, ¿quién protege a estos testigos? No son las Naciones Unidas paralizadas ni las grandes potencias, cómplices con sus entregas de armas y su silencio. Los periodistas palestinos continúan su misión solos, hasta el agotamiento. Hasta la muerte.

Deja un comentario