‘Vinicius vuelve a sonreír pero su futuro nunca ha sido más incierto’

Vinicius Junior vuelve a sonreír.

Cinco goles, cuatro asistencias y hay una sensación de que el fútbol ha regresado a su cuerpo esta temporada, fluido, alegre, después de una campaña irregular la última vez.

En la victoria del sábado por 3-1 ante el Villarreal, el Vinicius que mueve al Real Madrid volvió a bailar.

Se fue con dos goles y también fue el líder del equipo en regates (seis), ocasiones creadas (seis), tiros totales (cinco) y pases en el último tercio (46).

Un año después de su propio segundo puesto en el Balón de Oro, también parece que Vinicius ha aceptado que el liderazgo de Kylian Mbappé en el ataque está fuera de toda duda, ya que el dúo continúa combinándose de manera devastadora para ayudar al Real a llegar a la cima de La Liga.

Contra el Villarreal, cuando Vini se tiró al suelo, miró a Mbappé. «¿Tú o yo?», le preguntó al lanzador de penaltis designado.

El francés le entregó el puesto, una muestra de cariño que continuó después del partido en redes sociales. «Siempre en tu barco», escribió Mbappé. Vinicius respondió: «Navegamos juntos, hermano».

Pero detrás de escena, el futuro del brasileño de 25 años en el Real Madrid nunca ha sido más incierto mientras las conversaciones para extender su contrato más allá de 2027 continúan estancadas.

Dejó el Flamengo para unirse al Real Madrid en 2018 y ha ganado tres títulos de La Liga y dos de la Liga de Campeones, pero aún está por ver cuánto tiempo su sonrisa seguirá adornando el Bernabéu.

Vinicius Junior celebra vistiendo la camiseta blanca del Real Madrid y agarrando cerca del escudo del club
Fuente de la imagen,Imágenes Getty
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Vinicius Junior ha entrado en los dos últimos años de su contrato

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Xabi Alonso, su nuevo entrenador en Madrid, dijo: «Me gusta verle sonreír, es muy importante».

Fue un comentario revelador. Si Vinicius sonríe o no se ha convertido en un debate nacional.

Cuando sonríe, algunos lo aclaman como símbolo de esperanza; otros lo acusan de arrogancia. Cuando protesta, lo llaman irrespetuoso.

Si se queda callado, dicen que no está contento con su contrato. Si llora, le dicen que se porte bien.

Un baile, una celebración, una queja: cada cosa se convierte en un referéndum sobre su carácter.

Su forma actual, su mejor comienzo de temporada desde que llegó al Madrid, ha silenciado a los críticos por ahora.

Pero siempre están cerca —detrás de un micrófono, ante un teclado o en la grada—, listos para atacar tras un error. España, o al menos parte de ella, celebra sus goles, pero controla su comportamiento.

Además, el futuro de Vinicius en el Real Madrid parece menos seguro que nunca.

Tras el Mundial de Clubes, las negociaciones de renovación entre el jugador y el club estaban prácticamente completadas.

Vinicius incluso había rebajado sus exigencias salariales, deseoso de renovar hasta 2030. Ambas partes estaban cerca de llegar a un acuerdo. Entonces todo se paralizó.

Coincidió con la llegada de Xabi Alonso, pero tiene más que ver con que el jugador y sus asesores se guardan las pilas hasta entender su papel en el equipo -ahora que Mbappé es el jefe- y teniendo en cuenta que Xabi le ha prometido a Rodrygo ponerlo en la izquierda, una batalla que Vini Jr tiene ganada por ahora.

En Valdebebas, la sede de entrenamiento del club, pocos dudan de su calidad. Pero la reestructuración del Madrid por parte de Alonso —sus rotaciones, su énfasis en la estructura táctica— ha convertido a Vinicius en una de las varias opciones para la izquierda, dejando de ser el titular indiscutible que era con Carlo Ancelotti. Vinicius quiere ver cómo evoluciona.

El club considera que debe tomarse una decisión antes del verano, incluida la posibilidad de separarse si el jugador no firma un nuevo contrato.

Cada semana que pasa sin claridad alimenta la sensación de que un jugador que ha ganado todos los títulos importantes, que fue nombrado El Mejor y que sigue estando entre la élite, de alguna manera todavía está luchando por ser aceptado.

«Su ira no es petulancia, es protección»
La hostilidad hacia Vinicius es real y tiene nombres, fechas y sentencias judiciales.

Ha sido insultado en estadios de toda España. Ha testificado en juicios después de que un maniquí negro con su camiseta fuera colgado de un puente.

Ha visto a aficionados sancionados con penas suspendidas por insultos racistas en Valencia y Mallorca, en gran parte gracias a los esfuerzos de LaLiga por garantizar que esas acciones no queden impunes dentro de una cultura judicial que durante mucho tiempo trató el lenguaje «industrial» y las «bromas» del fútbol con indulgencia.

Y, sin embargo, cada vez que reacciona -señalando a las gradas, pidiendo a los árbitros que actúen, negándose a hacer como si nada hubiera sucedido- reaparecen las mismas voces: «Sí, lo insultan, pero debería comportarse mejor».

Es como si su protesta y su provocación no vinieran del mismo lugar. Sus gestos, su ira, su resistencia, todo surge de vivir en un contexto que le exige sonreír incluso cuando lo insultan.

Ser futbolista negro es jugar bajo constante escrutinio en España. Cada movimiento se convierte en evidencia en un juicio cultural. Cada expresión se juzga con una mirada que exige docilidad.

El fútbol español insiste en que no es racista, y quizá eso sea parte del problema. El prejuicio no se grita, se susurra a través de los comentarios, codificado en el tono.

Así es la existencia de Vinicius: ser él mismo siendo constantemente medido por la comodidad del otro.

Esta pelea ocurre cada fin de semana, tanto en estadios como en estudios. Su baile es alegría, pero también desafío. Su ira no es petulancia, es protección.

El código moral español aún confunde serenidad con virtud. Recompensa al jugador que mantiene la calma, que nunca desafía al público, que encaja en la imagen de la estrella educada. Pero ese código se forjó en un mundo futbolístico que ya no existe.

Los jugadores de hoy no son ídolos silenciosos. Son ciudadanos globales, artistas, marcas y, a veces, activistas. La visibilidad es una herramienta. Vinicius entiende que su presencia y su desafío tienen un significado.

Sin embargo, en lugar de reconocer esa valentía, gran parte del público la interpreta como una provocación. No se le malinterpreta por su mal comportamiento; se le malinterpreta porque su existencia desestabiliza las viejas certezas sobre quién define el respeto.

También representa algo más: la transformación del futbolista en una narrativa pública. El jugador moderno no solo juega; construye su identidad a través de las redes sociales, los patrocinios y la marca personal.

La celebración del cumpleaños de Lamine Yamal —lujo, luces, espectáculo— es un indicio de ese nuevo mundo. Su exhibición puede interpretarse como autenticidad, un abrazo a la fama moderna.

Sin embargo, a Vinicius lo tratan de forma diferente. Es ruidoso, pero su ruido tiene un propósito.

Se sitúa en la encrucijada del fútbol, ​​la raza y la celebridad moderna: una figura tanto sociológica como deportiva.

No es sólo un extremo; es el símbolo de una nueva generación de atletas que se niegan a encogerse para adaptarse a la comodidad de otros.

Vinicius Junior no necesita cambiar para que España lo entienda. España necesita cambiar para entenderse a sí misma.

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