Una madre soltera demuestra que el sacrificio y el amor pueden convertir incluso las luchas más difíciles en esperanza.
Dubái: En un tranquilo hogar de Dubái, tras puertas que cuida como si fueran suyas, Divina Valdez Domingo, de 49 años, se sienta con recuerdos que le pesan en el corazón y lágrimas que nunca parecen alejarse. Sus manos, curtidas por décadas de limpieza, cuidados y sacrificio, descansan tranquilamente en su regazo. Estas son las manos que criaron a dos hijos, construyeron un futuro de la nada, sobrevivieron al abandono y llevan consigo el amor intenso e inquebrantable de una madre.
“Llevo 25 años trabajando como empleada doméstica”, dice con voz suave pero firme. “Y cada día me despierto con un propósito”.
El viaje de Divina no empezó con esperanza. Comenzó en la más absoluta pobreza, en una infancia donde el refugio era incierto y el hambre era una sombra constante.
“De joven, no teníamos casa. Nos echaron muchas veces, incluso bajo un aguacero, porque no podíamos pagar el alquiler”, recuerda con la voz entrecortada. “Mis dos hermanos y yo nos separamos por la pobreza. A veces, no teníamos qué comer. Ese dolor nunca me abandonó. Así que me prometí romper ese círculo vicioso. Por eso le compré una casa a mi familia. Nunca vivirán como yo”.
Recuerda una bondad que la salvó en sus días más difíciles. Sus compañeros, sabiendo que tenía hambre pero demasiado tímidos para preguntar, les dijeron a sus padres que tenían un proyecto escolar, solo para poder llevarle arroz.
Ese arroz nos mantuvo vivos. Llevo esa bondad conmigo todos los días.
Divina, la mayor de tres hermanos, terminó la secundaria, su educación más alta. Se casó joven, con la esperanza de estabilidad. Pero la vida tenía otros planes. Cuando se mudó al extranjero para trabajar en Singapur y luego en Jordania, trajo consigo a su esposo. Pero en lugar de construir un futuro juntos, él la dejó por otra mujer. Se separaron hace 17 años. Desde entonces, no lo ha visto ni ha sabido nada de él.
Pero en lugar de desmoronarse, Divina se levantó.
Estaba sola. Pero tenía dos hijos. Tuve que luchar por ellos.
Desde Singapur hasta Jordania, Catar, Hong Kong, China y ahora Dubái, Divina trabajó incansablemente como empleada doméstica. Enviaba a casa cada peso que ganaba. Soportó la nostalgia, el agotamiento y la angustia para que sus hijos no tuvieran que vivir la vida que ella conoció.
Y contra todo pronóstico, cambió sus vidas.