Una erosión de la confianza en el liderazgo económico y políticas contraproducentes
El presidente Donald Trump despidió abruptamente a Erika McEntarfer , directora de la Oficina de Estadísticas Laborales de EE. UU., en respuesta al débil informe de nóminas de julio. Esto desencadenó aterradoras evocaciones a la Argentina de hace casi dos décadas: un líder populista cuyas políticas fallidas están arruinando la economía; el despido del director de una agencia que produce datos económicos clave; las crecientes discrepancias entre las benignas estadísticas oficiales y las pesimistas estimaciones independientes; y una erosión de la confianza y la credibilidad que conduce a un mayor deterioro económico.
Estados Unidos aún está muy lejos de esa pesadilla, pero, especialmente con el intento de Trump de destituir a la gobernadora de la Reserva Federal, Lisa Cook , está cada vez más cerca. Intentos como estos de seguir los pasos de las políticas argentinas pasadas no auguran nada bueno para su futuro económico.
Consecuencias del gobierno peronista argentino
Argentina es sinónimo de política económica caótica y turbulencia financiera. Tras la hiperinflación de 1989-90, Argentina logró un mínimo de estabilidad durante el resto de la década de 1990 gracias al plan de convertibilidad, una caja de conversión que fijó el valor del peso frente al dólar y mantuvo la inflación por debajo de un dígito. Sin embargo, el aumento del déficit fiscal obligó a una devaluación y un impago que sumieron a la economía en una nueva crisis en 2001-02. Tras algunas fluctuaciones, la inflación se mantuvo en un mínimo del 4,4 % en 2004, pero comenzó a subir hasta el 9,6 % en 2005 y el 11 % en 2006.
A lo largo de 2006, el gobierno peronista de Néstor Kirchner ejerció una creciente presión sobre el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) para que redujera sus estimaciones de inflación. Intentó acceder a datos confidenciales e incluso contrató a una empresa privada para crear un índice de precios al consumidor alternativo.
Finalmente, en febrero de 2007, Kirchner, aún descontento con las preocupantes cifras de inflación, despidió a Graciela Bevacqua, jefa del departamento de precios del INDEC, y muchos de sus altos funcionarios la siguieron poco después. Con su reemplazo por funcionarios más flexibles, y bajo el nuevo liderazgo de Cristina, la esposa de Kirchner, el INDEC procedió a ajustar la metodología empleada para elaborar los datos del índice de precios al consumidor a fin de minimizar las estimaciones de presiones inflacionarias. Por si fuera poco, se recortaron los salarios de los empleados del INDEC e incluso algunos sufrieron agresiones por parte de simpatizantes del gobierno.
Con la nueva administración, las estimaciones oficiales subestimaron drásticamente la magnitud de la inflación argentina. En los años posteriores al cambio de gobierno, las cifras oficiales indicaban una inflación del 10% o inferior. Sin embargo, al hacerse evidente la distorsión de las cifras oficiales, surgieron estimaciones independientes no oficiales que superaban el 20% o más, a pesar de los denodados esfuerzos del gobierno por suprimirlas.
Erosión de la confianza pública
Como era de esperar, los esfuerzos del gobierno por falsificar los datos resultaron contraproducentes. El público no se dejó engañar por las cifras falsas: las mediciones de las expectativas de inflación obtenidas mediante encuestas coincidían mucho más con las estimaciones no oficiales de inflación que con las cifras oficiales, y de hecho, a menudo eran más altas.
Además, la publicación de estadísticas oficiales sesgadas parece haber generado en el público un pesimismo excesivo sobre el futuro, ajustando sus expectativas de inflación más cuando la inflación subía que cuando bajaba. Lejos de disipar la preocupación del público sobre la inflación, las medidas del gobierno la acentuaron, probablemente agravando las presiones inflacionarias reales en la economía.
Pero el daño causado por la duplicidad del gobierno fue mucho más allá de la inflación, reforzando sus muchos otros errores de política –la ampliación de los déficits presupuestarios, las regulaciones restrictivas, un tipo de cambio sobrevaluado y el legado de incumplimientos anteriores– y erosionando la confianza en las instituciones y la gestión económica del país.
En 2013, Argentina se convirtió en el primer país censurado por el Fondo Monetario Internacional por no proporcionar datos precisos sobre precios y producto interno bruto. Otras instituciones internacionales, bancos e inversores ignoraron sistemáticamente los datos oficiales de precios en favor de estimaciones independientes, lo que sin duda condujo a un aumento de las tasas de interés sobre la creciente deuda del gobierno argentino.
Para evitar la implosión total de la economía y el sistema financiero, el régimen profundizó progresivamente sus controles sobre los precios, el comercio y el mercado de divisas. La economía se estancó, y el deterioro de la situación llevó a la sustitución del peronismo en las elecciones presidenciales de 2015 por el conservador Mauricio Macri, quien reformó el organismo de estadísticas y restableció su credibilidad.
Lecciones para Estados Unidos
Volviendo a la política estadounidense en 2025, las similitudes con Argentina van mucho más allá de la mera manipulación de las estadísticas de precios. Incluyen costosas barreras comerciales, crecientes déficits fiscales, acoso al banco central y un estilo reactivo y caótico de gestión económica. Por sí solas, estas consideraciones apuntan a que Estados Unidos seguirá los pasos de Argentina hacia una alta inflación, recesión, crisis financiera y suspensión de pagos. Una erosión de la confianza en el liderazgo económico estadounidense, sumada a políticas comerciales, fiscales y financieras contraproducentes, conduciría a tasas de interés más altas, menor inversión, menor crecimiento de la productividad y, en última instancia, mayor inestabilidad.
Sin embargo, el sector privado estadounidense posee muchas fortalezas de las que Argentina carecía, incluyendo empresas dinámicas y competitivas, una fuerza laboral capacitada e innovadora, instituciones de investigación y educación de primer nivel, y los mercados de capital más profundos y líquidos del mundo. En los próximos años veremos un tira y afloja entre el dinamismo de la economía privada y las disrupciones de las políticas públicas. Apuesto por la economía privada, pero la victoria será reñida.
Steven Kamin es investigador senior del American Enterprise Institute, donde estudia cuestiones macroeconómicas y financieras internacionales.