La gira de Trump por Asia incluye acuerdos, concesiones y una reveladora reunión final.

Tradicionalmente, los viajes presidenciales estadounidenses al extranjero han sido una oportunidad para exhibir el poder de la nación americana en el escenario mundial. La gira de cinco días de Donald Trump por el este de Asia, en cambio, ha sido una demostración del poder de Trump, pero también, en ocasiones, de las limitaciones de ese poder.

Las visitas de Trump a Malasia, Japón y Corea del Sur durante los primeros cuatro días fueron un intento por congraciarse con un presidente estadounidense a veces impredecible. Constituyeron un reconocimiento de que Trump, con un simple decreto, podía imponer aranceles y otras medidas con el potencial de devastar las economías de las naciones dependientes de las exportaciones.

Sin embargo, su encuentro con el líder chino Xi Jinping el jueves fue algo completamente diferente.

Fue un encuentro entre iguales en el escenario mundial, donde lo que estaba en juego para ambas naciones —para sus economías, para su prestigio internacional, para el bienestar de sus pueblos— era enorme.

Durante los primeros cuatro días, la incursión más reciente de Trump en la diplomacia global transcurrió sin contratiempos.

Cada parada estuvo marcada por una mezcla de negociaciones comerciales tradicionales —acuerdos alcanzados bajo la sombra de los aranceles «recíprocos» de Trump— y concesiones personales que a veces rayaban en lo obsequioso.

En Malasia, Trump garantizó el acceso a minerales críticos y avanzó en la finalización de acuerdos comerciales con naciones del sudeste asiático. También presidió un tratado que debería aliviar las tensiones fronterizas entre Tailandia y Camboya: el tipo de «acuerdo de paz» que al presidente estadounidense le encanta pregonar.

En Japón, el helicóptero Marine One de Trump sobrevoló la Torre de Tokio iluminada de rojo, blanco y azul, con la cima en un dorado al estilo Trump.

El recién elegido primer ministro Sanai Takaichi detalló 550.000 millones de dólares en inversiones japonesas en Estados Unidos y ofreció al presidente estadounidense un regalo de 250 cerezos por el 250 aniversario de Estados Unidos, y un palo y una bolsa de golf que pertenecieron a Shinzo Abe, el asesinado ex primer ministro que entabló una estrecha relación con Trump en su primer mandato.

También se convirtió en la última líder extranjera en nominar a Trump para su tan ansiado Premio Nobel de la Paz.

Para no ser menos, Corea del Sur recibió a Trump con una salva de artillería de 21 cañonazos y una banda militar que tocó «Hail to the Chief» y «YMCA», la canción de Village People que se ha convertido en un himno de los mítines de Trump.

El presidente Lee Jae Myung celebró una «ceremonia de honor» para Trump durante la cual le entregó al líder estadounidense la medalla más alta de su nación y una réplica de una antigua corona dinástica coreana.

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