Dos decisiones recientes del gobierno estadounidense desconciertan a cualquier observador de Oriente Medio. Ambas son, además, profundamente preocupantes: la denegación de visas el 29 de agosto a invitados palestinos a la sede de la ONU —un acto inusual reservado para los infractores más flagrantes— y las instrucciones del 13 de agosto a los consulados estadounidenses de no otorgar visas por enfermedad o estudios a titulares de pasaportes palestinos. Ambas decisiones antipalestinas son inusuales para Washington y difíciles de explicar mediante el razonamiento diplomático ordinario.
Cuando a los líderes de Corea del Norte, Irán y Venezuela, archienemigos de Estados Unidos, se les permite asistir a la Asamblea General de la ONU, es difícil entender por qué se le niega la entrada a Mahmoud Abbas, el pacífico presidente de Palestina.
El presidente estadounidense Donald Trump se reunió con Abbas durante su primer mandato y el líder palestino no se ha radicalizado desde entonces. De hecho, para gran indignación de su propio pueblo y de las organizaciones políticas palestinas, Abbas se ha negado a interrumpir la coordinación con los servicios de seguridad israelíes y de inteligencia estadounidenses. Entonces, ¿por qué se le castiga?
Una teoría que se debate en círculos palestinos es que Abbas no encaja en la figura del “demonio” que Israel y Estados Unidos necesitan para justificar la continuación de la guerra genocida contra los palestinos. Con la guerra de Gaza acercándose a su fin y Hamás ampliamente debilitado, se necesita una nueva figura demoníaca. La mayor parte del mundo apoya la autodeterminación palestina, que Abbas encarna. Esto enfurece a los supremacistas judíos, que solo imaginan un “Gran Israel”, como admitió recientemente el primer ministro Benjamin Netanyahu.
La oposición de Abbas a la militarización de Hamas, su negativa a reconciliarse con Hamas y su apoyo al reciente documento franco-saudí que pide el desarme del grupo aparentemente no significan nada para los líderes de Washington y Tel Aviv.
Trump y Netanyahu intentan negar el nacionalismo palestino permitiendo la destrucción del gobierno palestino, mientras Washington, intoxicado por la influencia sionista, actúa irracionalmente contra toda la población palestina.
Estados Unidos parece haber mordido el anzuelo de Israel. Para Israel, deshumanizar a los palestinos —ya sean personal médico, niños, mujeres, periodistas o fieles cristianos pacíficos— sirve para justificar sus ataques indiscriminados contra la población civil de Gaza. Pero ¿por qué Estados Unidos se deja llevar por esta deshumanización al prohibir a los enfermos de Gaza, y ahora a todos los palestinos, solicitar visas, independientemente de su edad, propósito o fe? El Departamento de Estado ha declarado que no emitirá visas a los titulares de pasaportes palestinos.
Los pasaportes palestinos se autorizaron como parte del proceso de Oslo, inaugurado oficialmente en la Casa Blanca en 1993, cuando la Organización para la Liberación de Palestina e Israel intercambiaron cartas de reconocimiento. ¿Acaso Estados Unidos declara ahora que su patrocinio de esa importante declaración de principios es nulo y sin valor? ¿No pone esto también en peligro la cooperación de inteligencia y seguridad de Israel con la OLP?
Nos adentramos en territorio desconocido, impulsados por la ciega obediencia estadounidense a los dictados israelíes. El mensaje humorístico que antes se veía en las camisetas de las tiendas de la Ciudad Vieja de Jerusalén, «EE. UU., no se preocupen, Israel los apoya», ahora parece cada vez más real.